Cuenta una vieja historia que había en Nueva York un joven judío ortodoxo, de treinta y cinco años y buena posición económica, cuya soltería intrigaba a toda la comunidad. Entre las personas religiosas es usual casarse tempranamente para asegurar la formación de una familia numerosa y sana. Todos los días, en la sinagoga, el hombre se quejaba amargamente de la soledad que sentía y le contaba a quien se le acercaba cuánto anhelaba casarse.
-Si deseas tanto hacer una familia, ¿por qué no te has casado todavía? —le preguntó un día un viejo Rebc que estaba de visita en la ciudad.
-Porque nunca he conocido a la mujer de mis sueños —replicó el joven.
-¿Puedes describirme cómo sería esa mujer? —preguntó el Rebe. Yo le pediré al Señor que te cruces con ella.
-Seguro que puedo —respondió el joven soltero.
Buscó entre los bolsillos de su largo sobretodo negro hasta que encontró una fotografía bastante provocativa de Pamela Anderson en un escueto bikini, se la acercó al rabino y le dijo:
-Quiero una como ésta, que sea judía y que estudie el Talmud.
La desventaja evidente del enfoque es que tarde o temprano nos encontramos con algo deseado pero que no podemos obtener y el bienestar desaparece. De hecho, aun siendo conscientes de que la motivación fundamental es la búsqueda de la satisfacción, muchas veces ésta no aparece ni siquiera después de conseguir plenamente el objeto de nuestro deseo.
El método que el Dalai recomienda es mucho más fiable. Consiste en aprender a querer y apreciar lo que ya tenemos. El verdadero antídoto del anhelo es la aceptación y no la posesión. En el budismo se acepta el principio de causalidad como una ley natural. Así, por ejemplo, en el campo de las experiencias cotidianas, si se producen ciertos acontecimientos indeseables, éstos serán indudablemente el resultado de la situación anterior que naturalmente no podía desembocar en otra cosa que no fuera la acontecida. Por lo tanto, si queremos tener una experiencia determinada, lo más lógico es buscar y acumular aquellas causas y condiciones que favorezcan su acontecer.
Fuente: Dalái Lama